Tras varios días en Lanzarote disfrutando entre otros privilegios de los excepcionales vinos blancos de la isla, regresaba a Madrid en un vuelo de Ryanair. Asiento de pasillo donde cada persona que pasaba apresurada a dejar sus maletas en el compartimento de cabina te daba un meneo con la cadera recordándote que las estrecheces e incomodidades de la aerolínea eran un anticipo de la vuelta al ajetreo de la capital. Una vez todo el personal sentado, la azafata se da el paseo de recuento de parroquianos regalándonos a cada uno el caderazo de rigor. Yo a estas alturas lo que deseaba es que el avión despegara cuanto antes y nos dejaran unos minutos de respiro antes de obsequiarnos con los anuncios a todo trapo por magafonía con las colonias y los boletos del rasca y gana.
En lugar de mirar a la chica, me fijo en el logotipo que adorna su uniforme; así de raros somos los diseñadores. No sabría decir si por efecto noqueante de los empujones, o por la perspectiva de llegar a Madrid, me vino a la mente el pensamiento de qué pasaría si ese logo fuera la insignia de un coche. Sí, así de enfermos somos los que nos dedicamos a esto. Yo seguía fantaseando con el nuevo coche de Ryanair, cómo sería, cuánto costaría, qué tipo de equipamiento llevaría y en qué colores se ofrecería.
Seguro que la mayoría leyendo estas líneas se puede hacer una imagen en su mente de tal engendro con ruedas, y apuesto a que las descripciones serían sorprendentemente similares. Pues bien, esta coincidencia [que no es tal], en realidad es el resultado de una marca bien definida y con una promesa perfectamente clara. Efectivamente, nadie se lleva a engaños con la compañía irlandesa y los empujones y la charanga del rasca y gana la damos por asumida, dada la conveniencia del servicio y, sobre todo, el precio. Vamos, que no nos vamos a poner exquisitos a estas alturas si lo que queremos es coger un vuelo por poco más que lo que vale un billete de autobús. Hablando claro: Ryanair no defrauda; lo que hay es lo que promete y lo que esperas. En este sentido su marca es impecable. Si nos atenemos a la definición de que marca es la promesa de una experiencia, aquí nos encontramos un caso donde una y la otra son coincidentes por completo, y eso es síntoma de una buena marca.
Y es que no hay cosa peor que generar unas expectativas que luego resultan frustradas. Bueno, sí, hay algo peor [al menos para el negocio] y es tener una marca cuya promesa es el precio a costa de otras cuestiones como la calidad, exclusividad, etcétera.
La lección que nos enseña la aerolínea reina del low cost es precisamente no caer en las tentaciones de querer ser quien no somos. En el vino es muy habitual sucumbir a los cantos de sirenas de aumentar la cuota de ventas con un producto de menor precio, o al revés: querer elevar el perfil de marca con un producto de calidad superior cuando nuestra marca no es percibida como tal. En conclusión: la promesa de tu marca es la que marca tus límites y tu producto debería ser el vehículo para materializar dicha promesa en una experiencia.