En la España del desarrollismo, época de convivencia de un régimen cerrado que sin embargo quería abrirse en lo económico, nace en Barcelona el fabricante de amplificadores Sinmarc («Sinmarca»), uno de los casos de branding más interesantes de nuestro país.
Allá por 1966 empieza su andadura la marca sin marca de Poble Sec. En aquella época, adquirir un equipo de música importado no era asunto fácil por su escasa disponibilidad y por no estar al alcance de todos los bolsillos. Sinmarc tomó como referencia los productos más vendidos de los fabricantes americanos —principalmente Fender— y sus ingenieros comenzaron a fabricar amplificadores de guitarra y bajo con la técnica artesanal del soldado punto a punto. De esta forma, los músicos en ciernes llegaban los fines de semana al taller acompañados de sus padres para llevarse a plazos una magnífica versión ibérica de un «Black face».
Caída y auge de Sinmarc
Durante los años ochenta, el auge de la tecnología del transistor y las producciones en masa asiáticas, provocan una crisis en la compañía que, no obstante, se mantiene fiel a sus procedimientos artesanales. Con la llegada del nuevo milenio, los músicos vuelven a mostrar su preferencia por la vieja tecnología de válvulas, mucho más cálida en sonido y rica en armónicos. Sinmarc vive entonces una segunda juventud como fabricante de equipos de calidad. Sus amplificadores de los sesenta y setenta se convierten en codiciadas piezas de culto del mercado de segunda mano. Una nueva generación de músicos busca el Santo Grial del tono valvular y el aura mítica de un producto salido directamente de la era de la rebeldía a golpe de guitarra.
El fin? de Sinmarc
Desgraciadamente la empresa no fue capaz de sobrevivir a la crisis de 2008. Con ella quedó huérfana una marca con un activo enorme. A diferencia de marcas como Derbi, también extinguidas temporalmente, pero hábilmente rescatadas por su valor intangible, Sinmarc no ha podido encontrar continuidad para disgusto de sus innumerables seguidores.
Hay mucho que comentar acerca de como hacer para que una marca alcance ese status de admiración incondicional pero en el caso de Sinmarc, lo más sobresaliente es cómo una marca que no quería serlo, se convirtió en una marca de culto.
El éxito de Sinmarc fue también su fracaso
El intento de Sinmarc de «no ser marca» era desde el principio un objetivo abocado al fracaso. La razón principal es que Fender, su referente americano, sí estaban enfocados en crear una marca. Desde el momento que los catalanes deciden seguir sus pasos, más allá de adaptar o fusilar sus circuitos y esquemas técnicos, en esa imitación también están adoptando las estrategias y elementos estructurales propios de creación de valor de marca de un producto.
A pesar de ser una imitación en acabados, materiales y demás rasgos externos, en el momento que Sinmarc firma con su nombre el producto, la semilla está sembrada, incluso si este nombre quiere ser un no-nombre, la ausencia de marca, el no-logo. Pero hasta en esto su celo por hacerlo tan bien como los americanos traicionó sus intenciones: la placa que adorna el frontal de la rejilla es igualmente una imitación del estilo de Fender… pero NO es Fender, es Sinmarc, aunque esté representado con el mismo estilo tipo-gráfico. La palabra se convierte en nombre y con la historia se transforma en marca, incluso en mito.
Sinmarc es un ejemplo perfecto de como la estructura determina el comportamiento; si adoptas (aunque sea por imitación) la estructura de una marca, entonces estás encaminado indefectiblemente a convertirte en una.
Larga vida al rock y larga vida a Sinmarc.