Nos situamos a principios de julio de 2012, posiblemente el punto álgido de una de las crisis más agudas de la historia reciente. La tasa de desempleo batiendo récords, la actividad económica y empresarial en mínimos, las primas de riesgo de los países disparadas, y un largo etcétera de acontecimientos funestos que dibujaban un panorama internacional dantesco.
En este momento, aprovechando el obligado parón veraniego y sin muchos proyectos en curso, nos trasladamos a la costa gallega para disfrutar al menos de unas semanas de descanso y así poner un poco de distancia del fúnebre ambiente madrileño de aquellos meses.
Apenas aterrizados recibo la llamada de mi buen amigo Jean Paul desde mi tierra en Bilbao, donde las cosas en absoluto iban mejor. Al ver su nombre en la pantalla del teléfono me alegro al instante y según lanzo el saludo de rigor, enseguida percibo que su entusiasmo habitual está incluso más alto que nunca. Sabiendo que su negocio no estaba en su mejor momento, me maravillo de su actitud siempre positiva. Comienza a decirme que me llama porque quiere pedirme un favor. Le digo que por supuesto, que me cuente. Se trata del hijo de unos amigos suyos y vecinos de nuestro pueblo natal; el niño ha sido diagnosticado con una grave cardiopatía cuyas probabilidades de supervivencia son prácticamente nulas. Consultando con especialistas, la única esperanza es un médico en Boston que al parecer es la única persona que podría ofrecer unas mínimas garantías de supervivencia en la operación —apenas un 10%, me explica—. La intervención, además, tiene un coste de 350.000€ a los que habría que añadir los gastos de viajes, la estancia allí, etcétera.
Procedente de una familia sin grandes recursos y con los padres en pleno proceso de separación, el tiempo apremia para el pequeño y Jean Paul me cuenta que en apenas dos días han montado un grupo de trabajo con los amigos para recaudar fondos con el fin de ayudar al niño. Me explica que han montado una asociación y que necesitan que les ayude con la imagen gráfica; tal como me cuenta literalmente, las condiciones económicas son dos: «o lo hago gratis, o lo hago por la cara». Le digo que por supuesto y que elija él mismo la forma de pago. Me dice además que lo necesita en menos de una semana.
El tiempo en Galicia estaba por aquellos días sorprendentemente despejado y no ir a la playa sería poco menos que una ofensa grave a mi familia, así que decido hacer el encargo por las noches. Curiosamente me pongo a ello y ese mismo día doy con la idea y llevado por el entusiasmo creador se me pasan la horas volando. Por la mañana mando un email a Jean Paul con un desarrollo completo de toda la imagen y me voy a dormir a la playa.
Por la tarde vuelve a llamarme alucinado de la velocidad con la que había creado todo y me cuenta que el resto de la gente también en apenas un par de días han montado ya un macro concierto con figuras como Rosendo, Fito y los Fitipaldis, todos ellos, por supuesto, viniendo «gratis o lo por la cara». En menos de una semana el asunto del crío es un fenómeno social y la asociación ha levantado casi medio millón de euros, suficiente para emprender la aventura y para donar el resto a otra asociación dedicada a asuntos similares.
Poco más hay que decir, lo demás es una historia con final feliz, el niño hizo su viaje y regresó para contarlo. Hoy es un adolescente rebelde más, como debe de ser. Y de toda esta aventura de verano me llevé la mejor recompensa que podría haber soñado nunca como diseñador y también una lección valiosa que me ha acompañado desde entonces y no es otra que la demostración viva de que si quieres algo de verdad, no hay límites ni excusas. Lo cual me lleva también a la reflexión de que aquello que no conseguimos es enteramente por culpa de nuestra desidia o nuestra falta de compromiso real. Todo el mundo dice que quiere triunfar, alcanzar esto o lo otro, pero muy pocas personas tienen la determinación necesaria para hacer «lo que haga falta» para conseguirlo. Desde entonces trato de evaluar cuidadosamente lo objetivos que me marco; ante todo evito fantasear con cosas de las que verdaderamente no estoy convencido o para las que pienso que realmente no estaría dispuesto a pagar el precio necesario para conseguirlas. Como decía el Maestro Yoda de la Saga Starwars: «Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes». En una época de resultados inmediatos y gratificación instantánea, es muy raro ver personas que actúen en pos de sus objetivos como si tuvieran un revólver apuntando a su cabeza, o como si la vida de su hijo dependiera de conseguir una cantidad imposible e irse al otro extremo del mundo para ponerse en manos de un mago de la medicina.
Desde aquel momento me propuse que yo quería ser como aquel médico de Boston, alguien al que la gente acude con las ideas claras y poniendo toda la carne en el asador, sin dejarse nada guardado, quemando todos los puentes, saltando sin red de seguridad y sin otra posibilidad que salir adelante con éxito. Únicamente a este tipo de personas con ese nivel de determinación y valentía podría ayudar a crear marcas sobresalientes, el resto son solo eso: el resto de gente que desea el éxito pero nunca consigue nada porque en realidad ni siquiera creen ellos mismos en aquello que pretenden y no tienen ninguna gana de pagar el precio que cuesta llegar hasta ahí. Me dije a mi mismo que mi trabajo tendría que ser descubrir a esas personas excepcionales y tratar de acompañarlas con toda mi energía, desestimando las peticiones y ofrecimientos de todos los demás.